Guadalupe Sánchez tiene las manos agrietadas de un campesino del maíz y la
sangre limpia de azúcar de un ex adicto a la coca-cola
“Yo tomaba unas tres botellas de litro al día. Nada más me despertaba, con
las tortillas me tomaba el primer vasito y así seguía por la tarde y por la
noche”, dice mientras un remolino de pavos con el gaznate colorado picotea la
tierra a la puerta de su casa. La levantó él mismo para su familia: esposa,
ocho hijos y siete nietos. Las paredes son de cemento gris y tiene el tejado
sin terminar.
En la comunidad indígena mazahua de San José del Rincón, un pueblo boscoso
y húmedo al oeste del Estado de México, hay casas donde no llega el suministro
de agua potable, pero en la mesa está fija la botella roja de refresco. A los
47 años, Sánchez ha llegado a tener un nivel 200 de glucosa en sangre: el doble
del umbral de riesgo y algo muy frecuente entre sus vecinos.
Desde el Tec de Monterrey, una de las universidades más caras y
prestigiosas del país, un grupo de estudiantes de la carrera de Nutrición lleva
todo el mes de septiembre visitando la comunidad. Los dedos de José Polo, 18
años, también son ásperos y rugosos de descargar camiones y colocar estanterías
en el mercado. Nunca se los habían pinchado para sacarle sangre. Los chicos del
Tec tampoco habían agujereado antes una piel tan rocosa. Cambio de aguja. Hace
falta otra más afilada. José Polo ha dado 150 de azúcar en sangre.
“Nos estamos encontrando con fuertes niveles de hiperglucemia. Esto es un
fiel reflejo de alto consumo de bebidas azucaradas y comida procesada, carente
de los nutrientes necesarios”, apunta Yaremi Gutierrez, la profesora que está
dirigiendo las visitas. Los mazahuas del Estado de México están abandonando su
dieta milenaria basada en legumbres, verduras y hortalizas para pasarse cada
vez más a la chatarra. El maridaje entre pobreza, exclusión y comida basura es letal:
“Sobre todo en niños, estamos encontrando también lo que se conoce como la
doble carga de la enfermedad: desnutrición y sobrepeso”
México vive una epidemia de grasa y azúcar. Siete de cada 10 adultos tiene
sobrepeso u obesidad, por uno de cada tres niños. Es el segundo país con más
exceso de kilos del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Según la OMS, los
mexicanos son los que más refrescos consumen —163 litros al año— y los que más mueren por diabetes en toda
Latinoamérica.
“La diabetes antes era una enfermedad rara que afectaba sobre todo a la
población con predisposición genética y edad madura. En los últimos 30 años ha
habido una explosión brutal de tal manera que en los últimos seis años medio
millón de mexicanos murieron a causa de la diabetes”, apunta el doctor del
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, Abelardo
Ávila. “En este panorama, la población indígena es la más vulnerable y registra
unas tasas más altas —continúa Ávila—. Antes la pobreza les protegía porque les
obligaba a alimentarse del campo. A partir de 2010 empieza una expansión de las
refresqueras, una estrategia de invadir de refrigeradores las comunidades con
electricidad y de favorecer las trasferencias de ayudas públicas al consumo de
estos alimentos”
En las tiendas de abarrotes que tapizan las carreteras del pueblo, el litro
de leche, -cuando hay- cuesta 16 pesos, la botella de tres litros de coca-cola,
35 y la de refresco sin marca, 20. La diabetes puede además desencadenar toda
una serie de trastornos como la ceguera –retinopatía diabética–, la
insuficiencia renal o el llamado pie de elefante: la glucosa adormece los
nervios y uno va perdiendo la sensibilidad en las articulaciones. Esta última
derivada se ha traducido en 75.000 amputaciones el año pasado según la
asociación El Poder del consumidor.
“Los más grave es que la diabetes es una enfermedad controlable, pero al
carecer de acceso a los servicios, esta población está muy expuesta”, añade la
profesora del Tec. Un grupo de mujeres ha bajado andando por una colina desde
su comunidad hasta el único ambulatorio. Una hora de caminata. El médico no
está. Para el hospital más cercano queda otra hora en coche. La diálisis, el
tratamiento para la diabetes, no está cubierta por el seguro popular, la
asistencia pública para los trabajadores informales como los campesinos. Cada
sesión vale entre 2000 y 6000 pesos.
Ildefonso Álvarez lleva dos años trabajando al frente de su asociación,
Concreta, con las comunidades: “Aquí llega más fácil la coca-cola que los
servicios médicos, de agua potable o de salubridad”. El relator de la ONU sobre
el derecho a la alimentación ha llegado a hablar de una cocacolización de los
hábitos de consumo en México. “Para 2017, el sistema público necesitará para
tratar la diabetes 5.600 millones de dólares al año. Este es el resultado de
unas políticas públicas que no han tomado en cuenta la dimensión del grave
problema”, dijo Oliver de Schutter en un reciente documental producido por
organizaciones civiles en México.
El Gobierno implementó el año pasado una tasa especial sobre las bebidas
azucaradas siguiendo el ejemplo de otros países. De momento, ha crecido la
recaudación, pero el consumo apenas baja.
En casa de Tomasa Rodriguez e Hilario Cruz no hay agua potable. Son cuatro
y compran una garrafa de 20 litros en la tienda cada semana. Llevan años
pidiendo al alcalde un pozo, como el que tienen otras comunidades de la zonas.
Cruz acaba de salir hace poco del hospital. “Me encontraba muy pesado, casi no
podía comer”. Sí bebía refresco, “y cerveza y pulque”, añade su esposa.
Tuvieron que hacerle un lavado intestinal por un estreñimiento severo. Le han
prohibido los refrescos y el alcohol. Ahora sólo toma agua y Hoja de Burro. En
infusión o cruda, el amargor que inunda toda la boca al tomarla es más efectivo
que la criptonita.
(Texto adaptado)
Pérez, D. M. (6
de octubre de 2016). Adicción a la ‘coca-cola’ en el México indígena. El País. Consultado
el 8 de octubre de 2018, en https://elpais.com/internacional/2016/10/05/mexico/1475622999_083399.html
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